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subisarto

2 août 2008

el agresor dejo muchas señales

De cabo a rabo.

Por tanto el sombrero rojo permite conocer el sentir de la gente (emociones u opiniones) sin necesidad de que lo expliquen: Legitima las emociones y los sentimientos como una parte necesaria del pensamiento. No se le puede criticar a la persona por expresar su sentir. Un aspecto general: cuando nos ponemos un sombrero asumimos un rol, una actitud, y luego cuando nos lo quitamos, desaparece este rol o actitud. Para el caso del sombrero rojo significa que no nos vamos ha dejar envolver inconscientemente por las emociones, pues así como nos ponemos el sombrero rojo de la emoción, también nos lo podemos quitar concluyendo voluntariamente en ese momento la actitud hacia la emoción. Por tanto, en vez de propiciar, es un importante limitador de las emociones: permite que entremos y salgamos de las emociones dominándolas. La espiritualización de la sensualidad se llama amor; éste es un gran triunfo sobre el cristianismo. Otro triunfo es nuestra espiritualización de la enemistad, la cual consiste en que se comprende el valor de tener enemigos; en una palabra, en que se procede y concluye al revés de como se procedió y concluyó antes. La Iglesia se ha propuesto en todos los tiempos la aniquilación de sus enemigos; nosotros, los inmoralistas y anticristianos, consideramos ventajoso que subsista la Iglesia... También en el orden político se ha espiritualizado la enemistad; es ella ahora mucho más cuerda, reflexiva, considerada. Casi todas las facciones suponen que el debilitamiento del respectivo bando adversario sería contrario a sus propios intereses. Ocurre lo mismo con la gran política. Sobre todo, una nueva creación, por ejemplo, el nuevo Reich, tiene más necesidad de enemigos que de amigos; sólo en el contraste se siente necesaria, llega a ser necesaria... Adoptamos idéntica actitud ante el “enemigo interno”; también en este terreno hemos espiritualizado la enemistad, comprendido su valor. Sólo se es fecundo si se logra ser pródigo en contrastes; sólo se conserva la juventud si el alma no se relaja y pide la paz... Nada nos resulta tan distante como esa aspiración de antaño, la “paz del alma”, la aspiración cristiana. Nada nos es tan indiferente como la moral apacible y rumiante y la felicidad vacuna de la conciencia tranquila. Renunciando a la guerra, se renuncia a la vida grande... En muchos casos, por cierto, la “paz del alma” es simplemente un malentendido; otra cosa que no sabe designarse con un nombre más sincero. Veamos sin ambajes ni prejuicios algunos casos. La “paz del alma” puede ser, por ejemplo, la suave irradiación de una animalidad prodigiosa en la esfera moral (o religiosa). O el comienzo del cansancio, la primera sombra que proyecta el atardecer, de cualquier índole que sea. O un indicio de que el aire está saturado de humedad y vienen vientos del Sur. O la gratitud inconsciente por una digestión feliz (llamada a veces “amor a los hombres”). O el aquietamiento del convaleciente para el cual todas las cosas tienen un sabor nuevo y que espera... O el estado consecutivo a una satisfacción intensa de la pasión dominante, el bienestar que fluye de una saciedad extraña. O la decrepitud de nuestra voluntad, de nuestras apetencias, de nuestros vicios. O la pereza, persuadida por la vanidad a vestirse con las galas morales. O el advenimiento de una certidumbre, aun de una pavorosa, tras larga tensión y tortura provocadas por la incertidumbre. O la expresión de madurez y maestría en plena actividad, obra, creación, volición; la respiración serena; el “libre albedrío” alcanzado... ¿Sería también el ocaso de los ídolos una modalidad tan sólo de la “paz del alma”?... Valor natural del egoismo. El egoísmo vale lo que vale fisiológicamente el que lo practica; puede valer mucho, pero puede también ser ruin y despreciable. Ante cada individuo cabe preguntar si representa la curva ascendente o la descendente de la vida. Esta dilucidación proporciona al mismo tiempo el canon para determinar el valor de su egoísmo. Si representa la curva ascendente, su valor ciertamente es extraordinario, y por la vida total que con él da un paso más hacia adelante se justifica incluso la preocupación extrema por sobrevivir, por crear su optimum de condiciones. El “individuo”, tal como el vulgo y el filósofo lo han entendido hasta ahora, es un error no es nada por sí; no es un átomo, un “eslabón de la cadena”; no es nada meramente transmitido en herencia; es también todo el único linaje humano anterior a él... Si representa la curva descendente, la decadencia, la degeneración, enfermedad crónica (las enfermedades son, en definitiva, consecuencias de la decadencia, no sus causas), tiene poco valor y la equidad elemental exige que quite lo menos posible a los íntegros y cabales. Ya no es más, en definitiva, que su parásito... Cristiano y anarquista. El anarquista, como portavoz de capas décadents de la sociedad, reivindica con hermosa indignación “justicia” e “igualdad de derechos”, se halla bajo la presión de su ignorancia, no sabe comprender por qué sufre y, en definitiva, es pobre en vida... Obra en él un impulso causal: alguien debe tener la culpa de su mala situación... Por otra parte, su enorme indignación le hace bien; es un placer lanzar diatribas en nombre de todos los pobres diablos, ya que proporciona una pequeña embriaguez de poder. La sola queja, el solo hecho de quejarse, confiere a la vida un encanto que la hace llevadera; en toda queja hay una dosis sutil de venganza, uno reprocha su malestar, eventualmente hasta su maldad, como si fuese una injusticia, un privilegio ilícito, a los que no comparten su condición. “Si yo soy canaille, tú también debes serlo”-tal es la lógica que inspira la revolución-. La queja nunca vale nada, es un producto de la debilidad. Lo mismo da, en definitiva, que uno eche la culpa de su malestar a otros, como el socialista, o a sí mismo, como, por ejemplo, el cristiano; lo que en los dos casos hay de común y de indigno es que hacen a alguien responsable de su sufrimiento; en una palabra, que el que sufre se receta contra su sufrimiento la miel de la venganza. Los objetos de esta necesidad de venganza, que viene a ser una necesidad de placer, son causas accidentales; el que sufre encuentra por doquier motivos para satisfacer su mezquino afán vindicativo; si es cristiano, los encuentra, como queda dicho, en sí mismo... Tanto el cristiano como el anarquista son décadents. Mas también el cristiano, cuando repudia, difama y vitupera al “mundo”, lo hace llevado por el afán que impulsa al trabajador socialista a repudiar, difamar y vituperar la sociedad; aun el “juicio final” es el dulce consuelo de la venganza, la revolución deseada por el trabajador socialista, proyectada en un futuro un tanto más lejano... El propio “más allá”, ¿no es en el fondo un medio de difamar este mundo? ... Crítica de la moral de decadencia. Una moral “altruista”, una moral que comporta la atrofia del egoísmo, es bajo todas las circunstancias una mala señal, respecto a los individuos y, en particular, respecto a los pueblos. Falla lo mejor si empieza a fallar el egoísmo. Optar instintivamente por lo que lo perjudica a uno, sentirse atraído por motivos “desinteresados”, es casi la fórmula de la decadencia. “No buscar su propia ventaja” es tan sólo la hoja de parra moral para disimular esta realidad muy diferente, esto es, fisiológica: “No soy ya capaz de encontrar mi propia ventaja”... ¡Disgregación de los instintos! Cuando un hombre se vuelve altruista, quiere decir que está perdido. En vez de decir ingenuamente: “Yo ya no sirvo para nada”, dice la mentira moral por boca del décadent: “Nada vale nada; la vida no vale nada...” Tal juicio constituye, en definitiva, un grave peligro, pues es contagioso; no tarda en proliferar por toda la extensión del suelo mórbido de la sociedad, hasta quedar transformado en una tupida vegetación conceptual, ya como religión (cristianismo) o como filosofía (schopenhauerianismo). Tal vegetación venenosa, brotada de la podredumbre, es susceptible de infectar con sus miasmas vastas áreas de la vida por espacio de milenios... No se imagina cómo he practicado hasta el final el programa de ausencia de pensamientos: y tengo razón en serle fiel, porque “detrás del pensamiento está el diablo” de un furioso acceso de dolor. Tal fue el costo del manuscrito que le llegó desde Saint-Moritz. Probablemente nadie lo hubiera querido escribir a ese precio, en el caso de que se pudiera evitar hacerlo. Ahora con frecuencia su lectura me produce horror, por los largos apartados y los malos recuerdos. Con excepción de algunas líneas, el total fue concebido sobre la marcha y esbozado con lápiz en seis cuadernitos: la transcripción me daba náuseas. Tuve que dejar pasar una veintena de encadenamientos más largos, desafortunadamente algunos de los más esenciales, porque nunca tenía el tiempo suficiente para extraerlos del horrible garabateo en lápiz: lo que ya me sucedió el verano pasado. Después de lo cual, el encadenamiento de los pensamientos escapa de mi memoria: en efecto tengo que arrebatar los minutos y los cuartos de hora a la “energía del cerebro” de la que usted habla, arrancándolos de un cerebro que sufre. A veces me parece que no podré hacerlo nunca más. Leo su copia y me cuesta entenderme a mí mismo, de tan agobiada que está mi cabeza. Aunque para mí escribir esté entre los frutos rigurosamente prohibidos, usted, a quien venero como a una hermana mayo, debía recibir una carta mía -¡y sin duda será la última! Porque el espantoso y casi incesante martirio de mi vida me hace languidecer en espera de su fin, y según ciertos indicios la apoplejía liberadora estaría bastante próxima como para confiar en su llegada. Con respecto al tormento y a la renunciación, puedo comparar mi vida de estos últimos años con la de un asceta de cualquier época: si bien es cierto que los mismo años me beneficiaron mucho en cuanto a la purificación y a la limpieza del alma -y para eso no tuve necesidad ni de religión ni de arte. (Observará que estoy orgulloso de eso; en realidad, sólo el desamparo total me permitió descubrir mis propias fuentes de salud.) Creo haber realizado la obra de mi vida, es cierto que no teniendo un momento de tranquilidad. Pero sé que para muchos derramé un gran gota de aceite y que les di una señal de ánimo pacifico y de sentido de la equidad para la elevación de sí mismos. Le escribo esto como agregado, a decir verdad debería ser pronunciado en el momento de la conclusión de mi “humanidad”. Ningún dolor ha podido ni podría inducirme a un falso testimonio contra la vida tal como yo la concibo. Mi existencia es una carga espantosa: la hubiera rechazado hace mucho tiempo, de no ser por las experimentaciones tan instructivas en el dominio intelectual y moral, precisamente durante ese estado de sufrimiento y de renunciación casi absoluta -ese alegre humor, ávido de conocer, me eleva a alturas donde triunfo sobre cualquier tortura y cualquier desesperanza. En términos generales, nunca fui más feliz en toda mi vida: ¡así y todo! Un constante dolor, una sensación parecida al mareo, durante horas una semiparálisis que me vuelve difícil la palabra, alternando con accesos furiosos (el último me hizo vomitar tres días y tres noches, ¡esperaba que viniera la muerte! Permanecer solo y pasearme, aire de altura, régimen en base a huevos y leche. Cualquier remedio calmante ha sido inútil. El frío me hace muy mal. El consuelo son mis pensamientos y mis perspectivas. Durante esos recorridos garrapateo aquí y allá algo sobre una hoja, no escribo nada sobre mi escritorio, algunos amigos descifran mis garabatos. A continuación va mi última producción (que mis amigos terminaron de pasar en limpio): acéptelo con benevolencia, incluso si no coincidiera en parte con su propia manera de pensar. (No busco “adeptos” -¡créame!- gozo de mi libertad y deseo ese placer a todos los que tienen derecho a la libertad espiritual.) En el presente toda mi capacidad de inventiva y todo mis esfuerzos tienden a conseguir una soledad de buhardilla, donde las exigencias necesarias y las más simples de mi naturaleza, como me las han revelado tantos y tantos dolores, puedan encontrar su satisfacción legítima. ¡Y quizá lo logre! El combate cotidiano contra mi dolor de cabeza y la ridícula diversidad de mis estados de angustia exigen tanta atención que corro el riesgo de volverme egoísta -se trata de contrapesar impulsos muy generales, muy sublimes que me domina a tal punto que, sin poderosos contrapesos, tendría que volverme loco. Justamente acabo de salir a flote de un acceso de los más duros, y apenas me he sacudido una desolación de dos días cuando ya de nuevo mi locura se echa a corre tras cosas inconcebibles desde el primer despertar, e ignoro si para otros habitantes de buhardillas la aurora alguna vez iluminó cosas más agradables y más deseables...

Hacer algo a conciencia.

Tanto Ricardo como Barton 6 confunden siempre la proporción entre el capital variable y el constante con la proporción entre el capital circulante y el capital fijo. Más adelante, veremos cómo esto falsea su investigación sobre la cuota de ganancia. Scorts Barcelona Siempre con excepción de la parte del producto que su produc­tor vuelve a emplear directamente como medio de producción, en la producción capitalista rige la siguiente norma general: todos los productos aparecen en el mercado como mercancías y circulan, por tanto, para el capitalista, como la forma–mercancía de su capital, como capital–mercancías, lo mismo si estos productos, por su forma natural, por su valor de uso, deben o pueden funcionar como ele­mentos del capital productivo (del proceso de producción), y por tanto como elementos fijos o circulantes de él, que si sólo pueden actuar como medios de consumo individual, no de consumo produc­tivo. Todos los productos son lanzados al mercado como mercan­cías: todos los medios de producción y de consumo, todos los ele­mentos del consumo productivo o individual tienen, por tanto, que ser sustraídos al mercado, por compra, como mercancías. Esta pero­grullada (truism) responde, naturalmente, a la verdad. Por consi­guiente, esto es aplicable tanto a los elementos fijos como a los elementos circulantes del capital productivo; tanto a los medios de trabajo como al material de trabajo en todas sus formas. (Y aquí se olvida, además, que hay elementos del capital productivo que, existiendo por naturaleza, no son tales productos.) Las máquinas se compran en el mercado, exactamente lo mismo que el algodón. Pero de aquí no se deduce, ni mucho menos –se deduce, no de aquí, sino de la confusión en que A. Smith incurre del capital de circulación con el capital circulante, es decir, con el capital fijo –­que todo capital fijo provenga originariamente de un capital cir­culante. Además, con esto, A. Smith se contradice a sí mismo. El mismo nos dice que las máquinas forman, como mercancías, la parte n° 4 del capital circulante. El hecho de que provengan de un capital circulante sólo significa, pues, que funcionaban como capital–mer­cancías antes de funcionar como máquinas, y que materialmente provienen de sí mismas, del mismo modo que el algodón, como ele­mento circulante del capital del fabricante de hilados, proviene del algodón puesto a la venta en el mercado. Y si A. Smith, conti­nuando con su exposición, deriva el capital fijo del circulante por el mero hecho de que para fabricar máquinas sean necesarios el tra­bajo y las materias primas, le podemos objetar que para fabricar máquinas hacen falta también medios de trabajo, es decir, capital fijo, del mismo modo que hace falta también capital fijo, maquinaria, etc., para producir materias primas, puesto que el capital productivo incluye siempre medios de trabajo, aunque no obliga­toriamente material de trabajo. El propio A. Smith dice, a continuación: “La tierra, las minas y las pesquerías requieren para su explotación, capital fijo y circulante [reconoce, por tanto, que para producir materias primas hace falta, no sólo capital circulante, sino también capital fijo] y [¡nueva tergiversación!] su producto repone, con ganancias, no sólo aquellos capitales, sino todos los demás de la sociedad” (p. 257). Esto es totalmente falso. Su producto su­ministra las materias primas, las materias auxiliares, etc., para todas las demás ramas industriales. Pero su valor no reembolsa el valor de todos los demás capitales de la sociedad: reembolsa solamente su propio valor–capital (+ la plusvalía). Aquí, volvemos a encon­trarnos en A. Smith con reminiscencias de los fisiócratas. Scorts BCN Segundo. En el proceso de producción, la fuerza de trabajo comprada constituye ahora una parte del capital en funciones y el propio obrero actúa aquí simplemente como una forma natural específica de este capital, distinta de los elementos del mismo existentes bajo la forma natural de medios de producción. Durante el proceso de producción, el obrero (prescindiendo de la plusvalía) añade a los medios de producción convertidos por él en producto, mediante la inversión de su fuerza de trabajo, un valor igual al de ésta; reproduce, por tanto, para el capitalista, en forma de mercancías, la parte de su capital que éste le adelanta o tiene que adelantarle como salario; le produce un equivalente de éste; produce, por consiguiente, para el capitalista, el capital que éste puede “adelantar” de nuevo para la compra de fuerza de trabajo. Scorts Pero supongamos, por el contrario, que el tipo de negocio excluya la posibilidad de reducir la escala de la producción y, por tanto, el capital circulante que semanalmente ha de ser desembolsado: en este caso, la continuidad de la producción sólo podría asegurarse movilizando un capital circulante adicional, que en el supuesto anterior debería ser de 300 libras esterlinas. Durante el período de rotación de 12 semanas se desembolsarán gradual y sucesivamente 1,200 libras, la cuarta parte de 12. Al cerrarse el período de trabajo de 9 semanas, el valor capital de 900 libras abandona la forma de capital. Durante las tres semanas en que permanece en la órbita de la circulación, funcionando como capital mercancías, presenta con respecto al proceso de producción el mismo estado que sí no existiese. Acompañantes Barcelona Nil ideo quoniam natum est in corpore, ut uti possemus; sed, quod natum est, id procreat usum Madrid putas La suma total de la fuerza de trabajo y de los medios sociales de producción invertidos como medios de circulación en la producción anual de oro y plata representa una partida importante de los faux frais del régimen capitalista de producción y de todo régimen basado en la producción de mercancías. Sustrae el empleo social una suma proporcional de posibles medios adicionales de producción y de consumo, es decir, una parte proporcional de la riqueza efectiva. En la medida en que, partiendo de una escala dada e invariable de la producción o de un determinado grado de extensión, se reducen los gastos de esta maquinaria tan cara de circulación, aumenta la fuerza productiva del trabajo social. Por consiguiente, en la medida en que los recursos que se van perfeccionando con el régimen de crédito surten este efecto, aumenta directamente la riqueza capitalista, bien porque de este modo se efectúe sin intervención alguna de dinero real una gran parte del proceso social de producción y de trabajo, bien porque se eleve así la capacidad de funcionamiento de la masa de dinero que se halla realmente en funciones. Escorts independientes de valencia La distinción entre el capital fijo y el capital circulante aparece expresada en Quesnay como la distinción entre avances primitives y avances annuelles. Este autor establece acertadamente dicha distin­ción como una distinción que afecta al capital productivo, incorpo­rado al proceso directo de producción. Y como, para Quesnay, el único capital realmente productivo es el invertido en la agricultura, es decir, el capital del arrendatario, entiende que esta distinción sólo le es aplicable a él. De aquí se desprende además el tiempo anual de rotación de una parte del capital y el plazo mayor (decenal) de la otra. Es cierto que los fisiócratas, en el curso de su evolución, hacen extensivas estas distinciones a otras clases de capital, al capital in­dustrial, en términos generales. Y la distinción entre desembolsos anuales y desembolsos efectuados en plazos mayores es tan impor­tante para la sociedad, que muchos economistas vuelven a estos con­ceptos, incluso después de Adam Smith. Acompañantes relax Madrid Esta M, en la parte integrada por Mp, es mercancía en manos del vendedor; es, de por sí, capital en mercancías, en cuanto producto de un proceso capitalista de producción; y, aunque no lo sea, aparece como capital en mercancías en manos del comerciante. Luego, en la segunda m de m – d – m, que tiene también que existir como mercancía para poder ser comprada. En todo caso, trátese o no de capital –mercancías, T y Mp son mercan­cías ni más ni menos que M' y se comportan entre sí como mer­cancías. Lo mismo ocurre con la segunda m en m – d – m. Por tanto, en la medida en que M' = M (T + Mp), sus elementos integrantes son mercancías, debiendo reponerse en la circulación por otras mercancías iguales; del mismo modo que en m – d – m la segunda m tiene que reponerse en la circulación por otras mercancías iguales. Acompañantes Murcia En tercer lugar, el hecho de que el periodo de producción se prolongue más que el período de trabajo no altera en lo más mínimo las circunstancias aquí examinadas. Es cierto que esto hará que se prolonguen los períodos de rotación en su conjunto, pero no por ello será necesario movilizar un capital adicional para el proceso de trabajo. La única finalidad del capital adicional es la de llenar las lagunas abiertas en el proceso de trabajo por el tiempo de circulación; tiende, pues, simplemente, a poner a la producción a salvo de las perturbaciones que el tiempo de circulación crea; las que surgen de las propias condiciones de la producción han de colmarse mediante otros recursos, que no vamos a examinar aquí. Pero hay industrias en que sólo se trabaja de vez en cuando, por encargo, y en las que, por tanto, pueden sobrevenir interrupciones entre los distintos períodos de trabajo. En estas industrias, desaparece en la proporción correspondiente la necesidad de un capital adicional. También en la mayoría de los casos de trabajo por temporadas existe, por las condiciones mismas del trabajo, un cierto límite en cuanto al tiempo del reflujo de capital. El mismo trabajo no puede repetirse al año siguiente con el mismo capital, si entre tanto el período de circulación de este capital no ha transcurrido. Puede también ocurrir, por el contrarío, que el período de circulación sea más corto que el intervalo entre un periodo de producción y el siguiente. En este caso, el capital queda inactivo, a menos que durante este intervalo de tiempo se emplee en otros fines. Masajes Barcelona En D' el capital ha retornado a su forma primitiva, D, a su forma de dinero, pero bajo una forma en la que se ha realizado ya como capital. prostitutas Madrid El folleto comentado por Marx no es más que la avanzada extrema de toda una literatura que en la década del veinte endereza la teoría ricardiana del valor y de la plusvalía, en interés del proletariado contra la producción capitalista, combatiendo a la burguesía con sus propias armas. Todo el comunismo de Owen, en la medida en que reviste una forma económico–polémica, se basa en Ricardo. Y junto a él encontramos toda una serie de escritores, entre los cuales Marx se limita, ya en 1847, a citar unos cuantos en contra de Proudhon (Misére de la Philosophie, p. 49): Edmonds, Thompson, Hodgskin, etc., etc., "y cuatro páginas más de etcéteras". Entre este sinnúmero de obras, citaré una, tomada al azar: An Inquiry into the Principles of the Distribution of Wealth, most conducive to Human Happiness, por William Thompson; nueva edición, Londres, 1850. La primera edición de esta obra, escrita en 1822, se publicó por vez primera en 1824. También aquí se define constantemente, y con palabras bastantes contundentes, la riqueza apropiada por las clases no productoras como deducción del producto del obrero. "La aspiración constante de lo que llamamos sociedad ha consistido en mover al obrero productivo, por el engaño o la persuasión, por la coacción o el terror, a trabajar percibiendo la parte más pequeña posible del producto de su propio trabajo" (p. 28). "¿Por qué el obrero no ha de percibir todo el producto absoluto de su trabajo?" (p. 32). "Esta compensación que los capitalistas le arrancan al obrero productivo bajo el nombre de renta del suelo, o de ganancia, se le reclama por el uso de la tierra o de otros objetos... Puesto que todas las materias físicas sobre las cuales o por medio de las cuales puede poner en práctica su capacidad de producción el obrero productivo desposeído, al que no se le deja más que su capacidad de producir, se hallan en posesión de otros cuyos intereses son antagónicos a los suyos y cuyo consentimiento es condición previa para su trabajo, ¿no depende y no tiene necesariamente que depender de la buena voluntad de estos capitalistas la parte de los frutos de su propio trabajo que se le deje como remuneración de éste (p. 125)... en proporción a la magnitud del producto retenido, ya se dé... a estos desfalcos el nombre de impuestos, el de ganancia o el de robo?" (p. 126). etcétera beso negro barcelona debe multiplicarse por el número de periodos de rotación o de períodos de producción del capital variable desembolsado, por el número de períodos durante los cuales renueva su ciclo. puta barcelona

Ser la última coca cola del desierto.

Aun prescindiendo de las materias naturales, puede ocurrir que se incorporen también al proceso de producción, como agentes, con mayor o menor eficacia, fuerzas naturales que no cuesten nada. El grado de eficacia de estos agentes dependerá de los métodos y progresos de la ciencia, que no suponen ningún desembolso para el capitalista. masajes body-body Al mismo tiempo, se remata también así el fetichismo característico de la economía burguesa, que convierte el carácter social. económico, que se imprime a las cosas en el proceso social de producción, en un carácter natural, inherente a la misma naturaleza material de estas cosas. Los medios de trabajo, por ejemplo, son capital fijo: concepción escolástica que induce a contradicciones y a confusión. Del mismo modo que al tratar del proceso de trabajo (libro I, cap. v, pp. (139–147) se puso de manifiesto que el funcionamiento de los objetos como medios de trabajo, material o producto dependía por entero del papel que desempeñasen en cada caso en un determinado proceso de trabajo, de su función, los medios de trabajo sólo constituyen capital fijo allí donde el proceso de producción sea un proceso de producción capitalista, donde, por tanto, los medios de producción tengan carácter de capital, el concepto económico, el carácter social propios del capital. Esto, en primer lugar. En segundo lugar, sólo serán capital fijo allí donde transfieran su valor al producto de un modo especial. En otro caso, seguirán siendo medios de trabajo sin ser capital fijo. Lo mismo las materias auxiliares, el abono, por ejemplo: si se transfieren al valor del mismo modo especial que la mayor parte de los medios de trabajo, a pesar de no ser medios de trabajo tendrán la condición de capital fijo. No se trata de las definiciones bajo las que puedan ser englobadas las cosas. Se trata de determinadas funciones, expresadas en determinadas categorías. erosbcn.com 3. La parte de valor del capital productivo que se invierte en capital fijo se desembolsa en bloque y de una vez para todo el tiempo durante el cual funciona aquella parte de los medios de producción que forma el capital fijo. Por consiguiente, este valor es lanzado a la circulación por el capitalista de una sola vez; pero sólo se sustrae de nuevo a la circulación fragmentaria y gradualmente, mediante la realización de las partes de valor que el capital fijo va añadiendo fragmentariamente a las mercancías. En cambio, los mismos medios de producción en que se fija una parte del capital productivo se sustraen a la circulación de una vez, para incorporarse al proceso de producción por todo el tiempo que funcionen, pero no necesitan ser repuestos durante todo este tiempo por nuevos ejemplares de la misma clase, no necesitan ser reproducidos. Siguen contribuyendo durante un tiempo más o menos largo a la producción de las mercancías lanzadas a la circulación, sin necesidad de sustraer a ésta los elementos de su propia renovación. Por tanto, durante este tiempo no reclaman tampoco, a su vez, la renovación de los medios desembolsados por el capitalista. Finalmente, el valor capital invertido en capital fijo mientras permanecen funcionando los medios de producción que lo forman, no recorre el ciclo de sus formas, de un modo material, sino solamente en cuanto a su valor, y aun así sólo de un modo parcial y gradual. Es decir, una parte de su valor que se circula constantemente como parte de valor de la mercancía y se convierte en dinero, sin volver a revertir luego de la forma dinero a su primitiva forma natural Esta reversión del dinero a la forma natural del medio de producción sólo se opera al final del período durante el cual funciona, cuando ya el medio de producción se ha consumido totalmente. escortbarcelona.com.es Una parte de los medios de vida, v. gr. los víveres, el, combus­tible, etc., se consume diariamente y tiene que reponerse día tras día. Otros medios de vida, tales como los vestidos, los muebles, etc., duran más, y por tanto sólo hay que reponerlos más de tarde en tarde. Unas mercancías hay que comprarlas o pagarlas diariamente, otras semanalmente, trimestralmente, etc. Pero, cualquiera que sea el modo como estos gastos se distribuyen durante el año, por ejemplo, lo cierto es que han de cubrirse día tras día con los ingresos medios. Suponiendo que la masa de las mercancías que exige diariamente la producción de la fuerza de trabajo sea = A, la de las mercancías que reclama semanalmente = B, la de las que exige trimestralmente = C, etc., tendríamos que la media diaria de estas mercancías seria = 365 A + 52 B + 4 C + etc. / 365. Supongamos que en esta masa de mercancías indispensables para cubrir las nece­sidades medias de cada día se contengan 6 horas de trabajo social; según esto, la fuerza de trabajo de un día vendrá a representar medio día de trabajo social medio; o, dicho de otro modo, la producción diaria de la fuerza de trabajo exigirá medio día de trabajo. Esta cantidad de trabajo necesaria para su producción diaria constituye el valor de un día de fuerza de trabajo, o sea, el valor de la fuerza de trabajo diariamente reproducida. Y si representamos medio día de trabajo social medio por una masa de oro de 3 chelines o un tálero, tendremos que es un tálero el precio correspondiente al valor diario de la fuerza de trabajo. Si el poseedor de la fuerza de trabajo la ofrece en el mercado por un tálero diario, su precio en venta será igual a su valor y, según el supuesto de que aquí partimos, el poseedor de dinero ávido de convertirlo en capital paga, en efecto, este valor. madrid callgirl Sí representamos una hora de trabajo por una cantidad de oro de 6 peniques o medio chelín, tendremos que en 12 horas de trabajo se producirá un valor de 6 chelines. Supongamos que, con una capacidad productiva dada, durante estas 12 horas de trabajo se elaboran 12 piezas de mercancía y que el valor de los medios de producción, materias primas, etc., consumidos para fabricar cada una de estas 12 piezas es de 6 peniques. En estas condiciones, cada mercancía fabricada costará 1 chelín, del cual 6 peniques corresponderán al valor de los medios de producción empleados, y los 6 peniques restantes al valor nuevo creado por su fabricación. Supongamos ahora que un capitalista consigue duplicar la fuerza productiva del trabajo, produciendo al cabo de la jornada de doce horas 24 piezas en vez de 12. Si el valor de los medios de producción permaneciese invariable, el valor de cada mercancía descendería ahora a 9 peniques: 6 correspondientes al valor de los medios de producción empleados y 3 al nuevo valor que les añade el trabajo invertido. Como se ve, a pesar de haberse duplicado la fuerza productiva, la jornada de trabajo sigue produciendo un valor nuevo de 6 chelines, aunque este valor se distribuya ahora entre el doble de productos que antes. A cada producto le corresponde, por tanto 1/24, en vez de 1/12 del valor total, o sean 3 peniques en vez de 6; o, dicho en otros términos, al transformarse en producto los medios de producción, éstos, calculando por piezas, sólo absorben media hora de trabajo en vez de una como antes. El valor individual de esta mercancía sería inferior a su valor social, es decir, costaría menos tiempo de trabajo que la gran masa del mismo artículo producido en las condiciones sociales medidas. Cada pieza de esta mercancía cuesta, por término medio, 1 chelín, o, lo que es lo mismo, representa 2 horas de trabajo social; al cambiar el régimen de producción, su costo se reduce a 9 peniques, o, lo que tanto vale, sólo encierra 1½ horas de trabajo. Pero, el valor real de una mercancía no lo indica su valor individual, sino su valor social; es decir, no se mide por el tiempo de trabajo efectivo que exige del productor en cada caso concreto, sino por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Por tanto, sí el capitalista montado sobre los nuevos métodos vende su mercancía por su valor social de 1 chelín, la venderá 3 peniques por encima de su valor individual, realizando así una plusvalía extraordinaria de 3 peniques. Mas, por otra parte, la jornada de trabajo de 12 horas, que antes arrojaba 12 piezas de la mercancía fabricada, arroja ahora, para él, 24. Por tanto, para dar salida al producto de una jornada de trabajo, este productor necesitará contar con doble demanda o con un mercado doblemente mayor. Suponiendo que las demás circunstancias no varíen, sus mercancías sólo lograrán conquistar un mercado mayor a fuerza de reducir el precio. El fabricante colocado en esta situación veráse, pues, obligado a vender sus productos por encima de su valor individual, pero por debajo de su valor social, a 10 peniques la pieza por ejemplo. Esto le permitirá, a pesar de todo, sacar de cada pieza vendida una plusvalía extraordinaria de 1 penique. Y este beneficio extraordinario le favorece, aunque su mercancía no figure entre los medios de vida indispensables y aunque, por tanto, no contribuya a determinar el valor general de la fuerza de trabajo. Como se ve, aun prescindiendo de esta circunstancia, todo capitalista individual tiene sus motivos para abaratar las mercancías intensificando la fuerza productiva del trabajo. girlsbcn Por lo demás, huelga decir que la economía política ha tenido buen cuidado en explotar al servicio de la clase capitalista la tesis de A. Smith según la cual toda la parte del producto neto convertida en capital es absorbida por la clase obrera. raquelmimosa.com Las severas leyes contra las coaliciones hubieron de derogarse en 1835, ante la actitud amenazadora del proletariado. No obstante, sólo fueron derogadas parcialmente. Hasta 1859 no desaparecieron algunos hermosos vestigios de los antiguos estatutos que todavía se mantenían en pie. Finalmente, la ley votada por el parlamento el 29 de junio de 1871 prometió borrar las últimas huellas de esta legislación de clase, mediante el reconocimiento legal de las tradeuniones. Pero una ley parlamentaria de la misma fecha ("An act to amend the criminal law relating to violence, threats and molestation") restablece, en realidad, el antiguo estado de derecho bajo una forma nueva. Mediante este escamoteo parlamentario, los recursos de que pueden valerse los obreros en caso de huelga o lockout (huelga de los fabricantes coaligados, unida al cierre de sus fábricas), se sustraen al derecho común y se someten a una legislación penal de excepción, que los propios fabricantes son los encargados de interpretar, en su función de jueces de paz. Dos años, antes, la misma Cámara de los Comunes y el mismo Mr. Gladstone, con su proverbial honradez, habían presentado un proyecto de ley aboliendo todas las leyes penales de excepción contra la clase obrera. Pero no se le dejó pasar de la segunda lectura, y se fue dando largas al asunto, hasta que, por fin, el "gran partido liberal", fortalecido por una alianza con los tories, tuvo la valentía necesaria para votar contra el mismo proletariado que le había encaramado en el Poder. No contento con esto, el "gran partido liberal" permitió que los jueces ingleses, que tanto se desviven en el servicio de las clases gobernantes, desenterrasen las leyes ya prescritas sobre las "conspiraciones" y las aplicasen a las coaliciones obreras. Como se ve, el parlamento inglés renunció a las leyes contra las huelgas y las tradeuniones de mala gana y presionado por las masas, después de haber desempeñado él durante cinco siglos, con el egoísmo más desvergonzado, el papel de una tradeunión permanente de los capitalistas contra obreros.

Hemos visto cómo la gran industria viene a abolir técnicamente la división manufacturera del trabajo, lo que supone anexionar de por vida a un hombre a una operación detallista, al paso que la forma capitalista de la gran industria reproduce en proporciones todavía más monstruosas aquella división del trabajo; en la verdadera fábrica, al convertir al obrero en accesorio con conciencia propia de una máquina parcial y en los demás sitios mediante el empleo esporádico de máquinas y de trabajo mecánico,216 y mediante la aplicación del trabajo de la mujer y niño y del trabajo inexperto como nueva base de la división del trabajo. La contradicción entre la división manufacturera del trabajo y lo que constituye la esencia de la gran industria, resalta de un modo poderoso. Esta contradicción se revela, por ejemplo, en el hecho espantoso de que gran parte de los niños que trabajan en las fábricas y manufacturas modernas encadenados desde su más tierna infancia a las más sencillas manipulaciones, se vean explotados años y años sin aprender ningún otro trabajo que les permita prestar un servicio útil ni siquiera en la misma fábrica o manufactura en que se les explota. En las imprentas inglesas, por ejemplo, se aplicaba antes a los aprendices un régimen de transición, que les hacía remontarse desde los trabajos más simples a otros más complejos, régimen tomado del sistema de la antigua manufactura y de los oficios manuales. De este modo, los aprendices recorrían una escala de aprendizaje, hasta hacerse impresores. El saber leer y escribir era requisito del oficio para todos. La máquina de imprimir vino a echar por tierra todo esto. Esta maquina requiere dos clases de obreros: un obrero adulto, el. maquinista, y un obrero joven, el chico de la máquina, de 11 a 17 años por lo general, cuya misión se reduce a meter los pliegos de papel blanco en la máquina y a sacar de ella los pliegos impresos. En Londres, los chicos de las máquinas pasan encadenados a esta fatigosa faena 14, 15 y 16 horas consecutivas durante algunos días de la semana, y a veces hasta 36 horas, con sólo 2 de descanso para comer y dormir.217 Entre ellos, hay muchos que no saben leer, y suelen ser todos criaturas anormales y medio salvajes. “La preparación para estas faenas no requiere aprendizaje intelectual de ningún género; estos muchachos tienen escasa ocasión de desarrollar su pericia, y menos todavía su inteligencia: su salario, un poco crecido tratándose de muchachos, no aumenta en la misma proporción en que crecen, y la inmensa mayoría de estos muchachos no puede aspirar al puesto, más lucrativo y responsable, de maquinista, puesto que hay muchas máquinas servidas por un maquinista solamente para cada 4 chicos.”218 Tan pronto como se hacen demasiado viejos para el trabajo infantil que ejecutan, es decir, a los 17 años o antes, se les despide, pasando a formar parte de los batallones del crimen. Todas las tentativas que se han hecho por colocarlos en otra parte fracasan, pues siempre chocan con su ignorancia, su tosquedad y su degeneración física e intelectual. saunas alicante 110 Sir James Steuart sigue enfocando todavía en este sentido la virtud de las máquinas. “Yo concibo, por tanto, las máquinas como un medio para reforzar (en cuanto a su capacidad de rendimiento) el número de los hombres que trabajan. sin necesidad de alimentar a más (qu'on n'est pas obligé de nourrir) (86)...¿En qué se distingue la eficacia de una máquina de la de nuevos pobladores?"... (Principles etc., trad. francesa, I, libro I, cap. 10.) Mucho más simplista es Petty, quien dice que viene a sustituir a la “poligamia”. Este punto de vista cuadrará, a lo sumo, a .ciertas regiones de los Estados Unidos. Véase, en cambio, esta otra opinión: "La maquinaria rara vez puede emplearse con éxito para disminuir el trabajo de un individuo, puesto que en su construcción se perdería más tiempo que el que se ahorrase en su empleo. Las máquinas sólo son realmente útiles cuando actúan sobre grandes masas, cuando una sola máquina puede ayudar al trabajo de miles de hombres. De aquí que la maquinaria se emplee siempre con más intensidad en los países de mayor densidad de población, en los que existe mayor número de parados...Las máquinas no se utilizan por falta de obreros, sino por la facilidad, con que permiten emplear a éstos en masa para el trabajo.” (Piercy Ravenstone, Thougths on the Tunding System and its; Effects, Londres, 1824, p. 45.) Barcelona señoritas compañía En primer lugar, la producción anual debe suministrar todos aquellos objetos (valores de uso) con los que han de reponerse los elementos materiales del capital consumidos en el transcurso del año. Deducidos estos elementos, queda el producto neto o producto excedente que encierra la plusvalía. ¿En qué consiste este producto excedente? ¿Acaso en objetos destinados a satisfacer las necesidades y los apetitos de la clase capitalista y a entrar, por tanto, en su fondo de consumo? Si fuese así, la plusvalía se gastaría toda ella alegremente, sin dejar rastro, y no habría margen más que para la reproducción simple. www.bcnbox.com El valor de uso de la mercancía dinero se duplica. Además de su valor peculiar de uso como mercancía, como oro, por ejemplo para empastar muelas, fabricar joyas, etc., reviste el valor de uso formal que le dan sus funciones sociales específicas. graficas barcelona El desgaste material de toda máquina es doble. Uno proviene del uso, como en el caso de las monedas, que se desgastan al circular de mano en mano; otro procede de su inacción, como la espada inactiva, que se oxida en la vaina. Este segundo desgaste responde a la acción corrosiva de los elementos. El primero está más o menos en razón directa con el uso de las máquinas; el segundo, hasta cierto punto, opera en razón inversa.60 discotecas en españa Bajo las condiciones de acumulación que hasta aquí venimos dando por supuestas, las más favorables a los obreros, el estado de sumisión de éstos al capital reviste formas un poco tolerables, formas "cómodas y liberales", para emplear las palabras de Eden; con el incremento del capital, en vez de desarrollarse de un modo intensivo, este estado de sumisión no hace más que extenderse; dicho en otros términos, la órbita de explotación e imperio del capital se va extendiendo con su propio volumen y con la cifra de sus súbditos. Estos, al acumularse el producto excedente convirtiéndose incesantemente en nuevo capital acumulado, perciben una parte mayor de lo producido, bajo la forma de medios de pago, lo que les permite vivir un poco mejor, alimentar con un poco más de amplitud su fondo de consumo, dotándolo de ropas, muebles, etc., y formar un pequeño fondo de reserva en dinero. Pero, así como el hecho de que algunos esclavos anduviesen mejor vestidos y mejor alimentados, de que disfrutasen de un trato mejor y de un peculio más abundante, no destruía el régimen de la esclavitud ni hacía desaparecer la explotación del esclavo, el que algunos obreros, individualmente, vivan mejor, no suprime tampoco la explotación del obrero asalariado. El hecho de que el trabajo suba de precio por efecto de la acumulación del capital, sólo quiere decir que el volumen y el peso de las cadenas de oro que el obrero asalariado se ha forjado ya para si mismo, pueden tenerle sujeto sin mantenerse tan tirantes. En las controversias mantenidas acerca de este tema se olvida casi siempre lo principal, a saber: la differentia specifica de la producción capitalista. Aquí, nadie compra la fuerza de trabajo para satisfacer, con sus servicios o su producto, las necesidades personales del comprador. No, la finalidad de este acto es explotar el capital, producir mercancías, que encierran más trabajo del que paga el que se las apropia y que, por tanto, contienen una parte de valor que al capitalista no le cuesta nada y que, sin embargo, puede realizarse mediante la venta de las mercancías. La producción de plusvalía, la obtención de lucro; tal es la ley absoluta de este sistema de producción. La fuerza de trabajo sólo encuentra salida en el mercado cuando sirve para hacer que los medios de producción funcionen como capitales; es decir, cuando reproduce su propio valor como nuevo capital y suministra, con el trabajo no retribuido, una fuente de capital adicional.7 Es decir, que por muy favorables que sean para el obrero las condiciones en que vende su fuerza de trabajo, estas condiciones llevan siempre consigo la necesidad de volver a venderla constantemente y la reproducción constantemente ampliada de la riqueza como capital. Como vemos, el salario supone siempre, por naturaleza, la entrega por el obrero de una cierta cantidad de trabajo no retribuido. Aun prescindiendo en un todo del alza de los salarios acompañada de la baja en el precio del trabajo, etc., el aumento del salario sólo supone, en el mejor de los casos, la reducción cuantitativa del trabajo no retribuido que viene obligado a entregar el obrero. Pero esta reducción no puede jamás rebasar ni alcanzar siquiera el límite a partir del cual supondría una amenaza para el sistema. Dejando a un lado los conflictos violentos cerca del tipo de salario –y Adam Smith demostró ya que en estos conflictos sale siempre vencedor, salvo contadas excepciones, el patrón–, el alza del precio del trabajo determinada por la acumulación del capital supone la siguiente alternativa: guia ocio madrid A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teoló­gicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a compor­tarse como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso.28 Pisos de particulares en Barcelona 169 La ley de las 10 horas "ha salvado a los obreros –en las industrias a ella sometidas– de su total degeneración y ha garantizado su salud física" (Reports etc. 31 st Oct. 1859, p. 47). "El capital (en las fábricas) no puede jamás mantener en movimiento la maquinaria, a partir de un cierto límite sin quebrantar la salud y la moral de los obreros, y éstos no están en condiciones de defenderse por sí mismos" (L. cit., p. 8),

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